VENEZUELA-OPPOSITION-PROTEST

El título de este texto proviene de una canción de Desorden Público incluida en el álbum En descomposición del año 1990. Una placa que puede que no le diga mucho o nada a los más jóvenes de hoy, pero que en su momento supo captar un «sentimiento de época»: la degradación que estaba royendo al país en las postrimerías del siglo XX. La canción establecía un paralelismo entre la inercia consumista de entonces («por la noche no habrá nada que hacer/ prenderemos la TV para aliviar el estrés/ y los comerciales criollos nos enseñarán inglés») y la realidad de la calle, donde la inflación, la escasez, el desempleo, la corrupción y la injusticia nos convertían, como lo repetía el coro con acento tétrico, en «peces del Guaire».

El Guaire, el río-cloaca de Caracas, se había convertido con el pasar de los años no sólo en el principal desaguadero de la capital, sino también en el sumidero simbólico de las frustraciones, el rechazo y el desencanto. En la actualidad sigue siendo así, pues preferimos vernos en ese espejo montañoso, complaciente, que es el Ávila.

Sin embargo, pocos años antes de que apareciera el primer disco de Desorden Público, un conjunto de jóvenes poetas ya había buscado en aquellas aguas infectas una posibilidad de renovación de la poesía venezolana. Se trató del grupo Guaire, coetáneo del grupo Tráfico, quienes también vieron en la polución urbana un camino de purificación expresiva.

Desde la demagogia, presidentes, alcaldes, diputados, candidatos y políticos de toda ralea, de ayer y de hoy, han intentado pescar en río revuelto con la promesa de sanear el Guaire, para cumplir así con un supuesto deseo adánico de los caraqueños: bañarnos otra vez en las aguas del río.

Entre la promesa y el rechazo de los habitantes, el río Guaire ha seguido su curso. Arrastrando «mierda, mierda y más mierda hacia el mar», como diría Fernando Vallejo, para que nosotros podamos observar con el rostro orondo y el culo limpio el verde de la montaña y el azul del cielo.

Pero el Guaire no es sólo una naturaleza muerta que, cual cuadro de botiquín, desentona frente a los Cabré que los caraqueños capturan cada día en sus teléfonos celulares. El Guaire es, quizás, una de las metáforas que mejor resume la historia de Venezuela. En el tiempo podrido de su cauce confluyen la riqueza y la miseria que hemos sido capaces de acumular en más de doscientos años de vida republicana. Elementos que, en nuestro caso, son inseparables.

Para comprobarlo sólo habría que poner, una al lado de otra, dos imágenes que nos acompañan desde la época del descubrimiento y la conquista de América. La primera proviene de Europa. La propuso Cristóbal Colón en 1498, en su carta a los reyes católicos, cuando narra el hallazgo de la tierra firme en nuestras costas orientales. Al adentrarse en el territorio que comienza en Macuro, Colón creyó haber dado con «el paraíso terrenal», con la «Tierra de Gracia». Elías Pino Iturrieta, en Ideas y mentalidades de Venezuela, dedica un meditado ensayo a calibrar el peso que semejante denominación de origen ha tenido para nosotros.

La otra imagen proviene de nuestros ancestros indígenas quienes, ya en el siglo XVI, hablaban de un extraño líquido aceitoso que manaba a borbotones en algunos enclaves de mares e islas, al cual se referían como «el excremento del diablo». Término que fue retomado en 1976 por Juan Pablo Pérez Alfonso en su ya conocido libro sobre el petróleo en Venezuela (Rafael Arráiz Lucca, por su parte, ha escrito no pocas y bien documentadas páginas al respecto).

Devenir un país petrolero, con las mayores reservas naturales del mundo, quizás nos hizo olvidar la dualidad del símbolo que constituimos para nosotros mismos. Como con el Ávila, optamos por vernos sólo como el paraíso terrenal y no, también, como el lugar que escogió Satanás para echar la más grande de sus cagadas en el planeta Tierra. Un «regalito» que nos dejó el ángel caído, con el que se alimentan las guerras en el mundo y que le otorga «carisma» a los caudillos de turno.

La Venezuela petrolera hizo realidad el viejo sueño de los alquimistas: transformar el excremento en oro. O, para decirlo con palabras de Juan Eduardo Cirlot, transformar la nigredo en el aurum philosophicum. Hugo Chávez, a quienes algunos con razón llaman «el Midas inverso», revirtió el proceso: transformó la mayor riqueza que ha tenido el país por ingresos petroleros en mierda.

Como se ve, el asunto no puede centrarse en la mierda en sí, que suele estar al principio y al final de los procesos humanos. La clave pudiera estar en la posición que asumimos con respecto a la mierda. O en el modo que tenemos de lidiar con ella cuando es la historia y sus circunstancias las que nos colocan en determinado punto del arco alquímico de la vida.

En la manifestación del 19 de abril de 2017, fue la Guardia Nacional la que empujó a cientos de venezolanos que marchaban por la autopista Francisco Fajardo de Caracas a lanzarse a las aguas del Guaire para salvarse de las bombas lacrimógenas y los perdigones. Esa preferencia habla no sólo de los niveles de violencia de los aparatos represivos del gobierno, sino de una inclinación que tiene también algo de «natural» y que no tiene por qué avergonzarnos. Si ese es el río que ha estado siempre a nuestro lado, atrayéndonos y expulsándonos como un asqueroso jardín prohibido, si está hecho, además, de nuestra propia mierda ¿por qué no vamos a preferir atravesarlo antes que caer en las manos, ajenas, verdaderamente cochinas, de la dictadura?

La imagen de estos venezolanos que escaparon de la muerte, de la cárcel y de la tortura gracias a la humildad inmunda del río, quedará como uno de los grandes momentos en la historia de Caracas. Un punto de quiebre en la relación que los caraqueños han establecido con la ciudad. Un acercamiento único, por literal, a una forma de autoconocimiento colectivo, a una irremplazable comprensión de las esencias y los fines: a una verdadera escatología, pues, en el sentido más amplio del término.

La respuesta del gobierno a lo sucedido reafirma estas impresiones. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) hizo circular en Twitter un «meme» que expresaba su visión de lo ocurrido en la autopista. La imagen muestra una foto del río Guaire siendo atravesado por los manifestantes con la siguiente leyenda: «A Dios lo que es de Dios. Al César lo que es del César. Al Guaire lo que es del Guaire». Nicolás Maduro fue de los primeros en retuitear la imagen.

al guaire lo que es

Lo que escandaliza aquí, además del regodeo grotesco en la represión de una manifestación pacífica, no es sólo, como pudiera pensarse, que el presidente de Venezuela asimile al ochenta y cinco por ciento de la población con la mierda. Lo que indigna es que la ebriedad de poder, dinero y vileza le haya hecho olvidar que todos los seres humanos, al final estamos hechos de la misma deleznable materia. Como si al haber tergiversado las palabras de Jesús, Maduro nos dijera que su reino, el de los asesinos y corruptos que lo acompañan, no es de este mundo. Puede que en sus delirios de grandeza Maduro se vea como una especie de Kim Jong-il, el padre de Kim Jong-un, actual dictador de Corea del Norte, cuyo origen divino estaba refrendado por la creencia de que jamás defecó.

Hoy día, gracias a los avances de la patafísica, se sabe que Kim Jong-il sí defecaba. Maduro también. Sólo que, como Ubu Rey, el personaje de Alfred Jarry que encarna el poder en su faceta más grotesca, ambos defecan «mierdra».

La diferencia va más allá de una simple letra. Victor Hugo cuenta una anécdota que quizás aclare el sentido.

Cambronne fue el último combatiente francés en caer en la batalla de Waterloo. Dice la leyenda, así la reproduce Hugo en Los Miserables, que cuando los generales ingleses lo increparon a él y a su batallón para que se rindieran, Cambronne respondió una sola palabra:

Merde!

Luego agrega Hugo:

«Decir esa palabra y morir enseguida: ¿existe algo más grande?»