Centroeuropa, la obra con la que Vicente Luis Mora obtuvo el XIII Premio Málaga de Novela, nos enfrenta desde sus primeras líneas con lo sobrenatural:

«Varón, prusiano, soldado húsar y congelado.

Ése fue el primer cadáver que hallé al excavar la tierra helada para dar sepultura a mi esposa».

Nos hallamos en la Prusia de Federico Guillermo III, específicamente en un minúsculo pueblo llamado Szonden, a medio camino entre Berlín y Kostrzyn, «una ciudad de raigambre polaca». Y decir Polonia en el siglo XIX, como ya nos lo advirtió Alfred Jarry, es como decir «ninguna parte». Una imprecisión topográfica y fantasmal que da el tono general a la novela. Su protagonista, Redo Haupsthammer, acaba de llegar a Szonden para tomar posesión de un pedazo de tierra colindante con el río Oder, en una zona llamada Oderbruch. Unos cuantos acres que le fueron legados por un hombre que huyó dejando en el pueblo un mal recuerdo. Su intención era convertirse en campesino y borrar a punta de esfuerzo la infausta memoria del antiguo propietario, y sobre todo enterrar a su mujer y hacer del resto de su vida un laborioso y resignado duelo. Sin embargo, Haupsthammer constatará en su primera excavación que «en estas tierras azotadas por la historia, lo que encuentras nada más abrir el suelo son anchos ríos de sangre».

A partir de este perturbador comienzo, la trama se desarrollará con un rigor exponencial. Cada nuevo golpe de azadón de Haupsthammer en aquella tierra maldita hará brotar nuevos cadáveres. Restos que remiten a guerras pasadas y del futuro. Una progresión mortífera, exacta en su crecimiento y absurda en su origen, como la propia razón humana.

Uno de los principales aciertos de esta novela es que el narrador nunca condesciende a explicar lo fantástico. Los cadáveres se acumulan, alterando el paisaje del Oderbruch como espantapájaros de una cuarta dimensión, mientras las autoridades postergan constantemente, kafkianamente, la solución. Lo sobrenatural y aberrante deviene entonces un problema burocrático que revela la ineficiencia del alcalde y el prefecto del pueblo, así como la inercia del poder central. No obstante, es cierto que hay algo inédito en todo esto además del «detalle» de los muertos: al heredar aquella tierra, Redo Haupsthammer se ha convertido en el primer agricultor libre de Szonden y, probablemente, en uno de los primeros de todo el reino.

Esta reforma agraria, que por primera vez permitía a personas ajenas a la nobleza poseer la tierra, es el marco jurídico que hace posible la llegada de Haupsthammer a Szonden, quien por esta razón se convierte a los ojos de sus aristócratas en un heraldo involuntario de la Revolución francesa. «Esos jacobinos incorregibles», se queja el alcalde Altmayer, «pese a haber perdido las guerras y parte de las posesiones imperiales, han ganado batallas invisibles».

Este lamento de un representante del ánciene régime es crucial para entender el alcance de esta novela que hace del choque de lo visible y lo invisible, de lo consciente y lo inconsciente, del pasado y del futuro, el campo de batalla donde se juega el sentido de lo real. Como si Vicente Luis Mora quisiera recordarnos que, a pesar de las convulsiones sociales y políticas, la carga de energía humana no se modifica a lo largo del tiempo. Las viejas estructuras que se desentumecen para dar paso a las nuevas, ceden su lugar pero transfieren el hielo de su derrota a los cadáveres sobre los que se reconstruye y se reinventa, cíclicamente, cada sociedad. En Centroeuropa, el cambio climático es, antes que una forma de entender las relaciones de los seres humanos y la naturaleza, una ley termodinámica que regula la distribución del calor y el frío en el tiempo, tal y como se suceden los impulsos revolucionarios y el estado de bienestar.    

Paralelamente, está el enigmático Redo Haupsthammer, quien desde el principio de sus memorias confiesa que su verdadera identidad quedó rezagada para siempre en aquel burdel de Viena, regentado por su propia madre, donde nació «en algún momento de la agonía del siglo XVIII». Al verse obligado a memorizar los detalles de una vida postiza que debe representar hasta el momento de su muerte, Haupsthammer hace de la farsa y del propio acto de narrar una misma experiencia, impidiendo tanto al lector como a los pobladores de Szonden acceder a la verdad. Al menos hasta que el personaje decida desarmar su propia historia, como un viejo actor que al final de la obra se quita el maquillaje.

Es el misterio que rodea a Redo Haupsthammer otra de las líneas que le dan a esta engañosa historia de época su rotunda actualidad. Ya el mismo personaje nos lo advierte desde el principio: «Nada empieza en un punto exacto. Nuestra vida no comienza del todo en nuestro nacimiento». Ejemplo de ello es esta novela que Vicente Luis Mora ha confeccionado como un Aleph con respecto a Europa: sin importar el siglo y el lugar donde parecen transcurrir las acciones, en sus deslumbrantes páginas siempre estamos en el centro.